Me
preguntaron qué es para mí la filosofía y me puse a pensar cuántas veces puedo
pensar en momentos de gozo, encuentro y amistad gracias a esta anfitriona tan
misteriosa que pone todo el tiempo en dudas cada una de nuestras certezas.
Tantas
cosas podría decir de la filosofía que quizás las palabras no alcancen para
describir todo lo que agradezco haberme encontrado con personas maravillosas
que me han acompañado en este camino de búsqueda incesante.
Podría
decirse que la filosofía es una disciplina que desentraña los recovecos del
pensamientos, que desvela y devela, que provoca disrupciones pero también
continuidades pero, en mi humilde opinión, la filosofía es una manera de vivir.
Una vida un poco incómoda, preguntona, insaciable, austera, pasional, extrema.
Para nada una vida confortable porque la falta de certezas nos persigue hasta
en los sueños, nos cuestiona, nos exhorta al cambio y al aprendizaje obsesivo.
No
conozco ningún filósofo que me interpele desde mi contemporaneidad, pero sí he
aprendido un poco de cada uno en sus escritos. No desprecio sus pensamientos,
no los juzgo. Cada uno de ellos y ellas han contribuido a construir una enorme
biblioteca, un gran patrimonio cultural para toda la humanidad. Sí me han
quedado algunas enseñanzas de todos ellos y todas ellas: que nada se logra sin
estudio, sin dedicación y sin sacrificio. Puesto que la tarea que nos compete
es ardua, nunca será requerida por los representantes del poder, la única
batalla que podemos librar como pensadores es la de superarnos a nosotros
mismos cada día. El agrado, el halago y las loas no serán nunca para los
filósofos que cumplan su tarea responsablemente. Los bufones del rey jamás
serían filósofos, siempre serán los charlatanes de feria que, cuando aburran,
dejarán de ser escuchados.